NEOCLÁSICA, SEGUNDA GENERACIÓN

De repente, la neoclásica ya no es solo esa música que nos ponemos cuando tenemos insomnio… Es una música que abarrota salas de conciertos, vende cifras astronómicas de discos y, sobre todo, tiene su propio star system. Un star system que ya va por su segunda generación.

Nos hemos pasado gran parte de las últimas dos décadas subrayando aquello de que la música electrónica nos gusta porque remite a ritmos tribales y primitivos que laten de forma ancestral en nuestra sangre. Y, en ese uso reiterado del marcador fluorescente, hemos preferido obviar que la electrónica es más bien como una hidra de mil cabezas, y que una de las cabezas que más atención está recibiendo últimamente es la que entronca ciertos géneros digitales con la música clásica. O, como se le está llamando desde hace ya un tiempo, la neoclásica.

De repente, músicos como Ólafur Arnalds abarrotan locales gigantescos. La muerte de Jóhann Jóhannsson es llorada de forma masiva. Nadie arquea una ceja cuando Max Richter recompone Las Cuatro Estaciones de Vivaldi … Y, entre medias, todo un conjunto de músicos están escarbando los contornos del camino de algo así como la segunda generación de la neoclásica. Una generación que seguiría a la de Ludovico Eunaldi y Luke Howard y que, sobre todo, está usando su sangre fresca para llevar hacia nuevos horizontes la mezcla de instrumentos clásicos con drones espaciosos, sintes vaporosos y muchos otros rasgos sonoros del ambient que tan bien ha practicado la electrónica durante todo este tiempo.

Podría decirse que el recuerdo de lo tribal en la electrónica nos agradaba porque arrancaba algo muy animal desde lo más profundo de nuestro ser. Y que, en comparación, esta fiebre por la neoclásica apela mucho más al espíritu, a lo intangible. Al alma. Gran parte de la música clásica se trataba de buscar la epifanía que nos acercara a Dios… Y, en este Siglo XXI en el que ya no hay un solo Dios, sino que cada uno abraza sus propias creencias, es normal que también necesitemos una música que nos acerque a nuestro lado más sensible y humano. De eso trata la neoclásica. Y de eso tratan también los cinco ejemplos de artistas que la están sublimando con sus últimos trabajos.

A WINGED VICTORY FOR THE SULLEN. Dustin O’Halloran lleva a sus espaldas varios discos de piano íntimo y desarmante. Adam Wiltzie es conocido por la emoción a flor de piel de su proyecto Stars of the Lid . Comprar por Categoría Sigue a Erlebniswelt-fliegenfischenShops Sigue a Erlebniswelt-fliegenfischenShops.

ELUVIUM. Puede que no fuera necesaria una confirmación de que Matthew Cooper se ha pasado más de una década preparando el terreno para la neoclásica desde el ambient, pero da igual: el año pasado, Eluvium publicaba sus Pianoworks . Comprar por Categoría.

abarrotan locales gigantescos. La muerte de es pianista, pero también dj. Su música a veces es clásica pura y dura, aunque otras veces le da al jazz y no se le caen los anillos a la hora de meter tratamiento digital a todo lo que hace. ¿El más aventurero de su generación? Probablemente.

GOLDMUND. La base del sonido de la mayoría de las canciones de Keith Kenniff es el piano. Clásico. Puro y duro. Lo interesante es que, sobre esta base, Goldmund construye verdaderas catedrales de sonidos que desafían la noción de clasicismo y se dejan envolver por toques digitales.

NILS FRAHM. Si hay alguien que esté introduciendo a las nuevas generaciones en la neoclásica, ese es Nils Frahm . Y lo interesante es que lo hace no desde el gran gesto electrónico, sino desde una intimidad cálida y una paleta de emociones exuberante.