- El corredor de larga distancia Mauro Prosperi estuvo durante 9 días perdido por culpa de por culpa de una tormenta de arena en la cuarta etapa del Maratón des Sables de 1994.
- El italiano de 55 años tuvo que comer murciélagos, ratones, serpiente y beber su propia orina para poder sobrevivir. Incluso se intentó quitar la vida.
- La búsqueda por parte de las autoridades marroquíes y la organización de la carrera fue suspendida al cuarto día.
El Maratón Des Sables, es una de las carreras de ultra distancia más duras del mundo. 250 kilómetros repartidos en 6 etapas bajo un sol abrasador mientras recorres dunas, montañas rocosas con condiciones climáticas extremas y con la equipación limitada. Así se puede definir esta prueba que reúne cada año a más de 1.000 corredores de todo el mundo que llevan su cuerpo al límite. Esto hace que detrás de cada uno de ellos haya una historia, pero si hay una que tiene la categoría de épica es la de Mauro Prosperi.
Así es la carrera más extrema del mundo Maratón des Sables de 1994. Prosperi era uno de los 80 corredores que se aventuraron en aquella edición de esta conocida carrera. El corredor italiano voló hasta Marruecos con el objetivo de estar entre las 10 mejores posiciones, pero lo que no sabía es que durante la cuarta etapa acabaría perdido por culpa de una tormenta de arena que duró 8 horas y que cambió por completo el paisaje. 9 días duró su agonizante vagabundeo por el desierto en el que tuvo que beber su propia orina o incluso comer murciélagos para poder sobrevivir.
Prosperi tenía 55 años, trabaja de policía en Sicilia y siempre había estado relacionado con el mundo del deporte. El italiano era un atleta que practicaba pentatlón moderno, de hecho asistió a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles en 1984 con el equipo italiano. Pero quería probar nuevas experiencias y correr en lugares inhóspitos. Y la casualidad le llevó a conocer esta carrera de larga distancia que lleva en el calendario desde 1986 después de que Patrick Bauer, su fundador, recorriera un 350 km a pie durante 12 días con una mochila de 35 kilos. Pues algo parecido le sucedió a Mauro, pero sin apenas provisiones.
La edición de ese año estuvo protagonizada por el fuerte viento. Después de tres días de carrera, el cansancio ya se empezaba a notar en los cuerpos de los corredores, pero aún le quedaban otros tres días más y se tenían que enfrentar a la cuarta etapa, que era la más larga y dura por el desierto. Debían recorrer 85 kilómetros en un tiempo que la organización había establecido de entre 10 y 36 horas. Prosperi había estado entrenando a conciencia, corría 40 kilómetros al día e incluso redujo la cantidad de agua que bebía para acostumbrarse a la deshidratación, pero no para lo que esperaba los días siguientes.
"El cuarto día las cosas se complicaron. Cuando partimos esa mañana ya había un poco de viento. Tras pasar cuatro puestos de control, entré a una zona de dunas de arena. Estaba solo. Las liebres ya se habían adelantado", cuenta el propio corredor Zapatillas y equipamiento. "De repente comenzó una tormenta de arena muy violenta. El viento arrecia con una furia aterradora. Fui tragado por una pared de arena amarilla. Estaba ciego, no podía ni respirar. Sentía los latigazos de arena en el rostro como si fueran agujas".
Se acurrucó en una duna para protegerse. Cuando despertó, Prosperi subió a la duna más alta que encontró a su lado con la esperanza de ver las balizas. Su sorpresa fue cuando descubrió que el paisaje había cambiado por completo. "Tenía una brújula y un mapa, así que pensé que podía andar perfectamente bien. Sin embargo, sin puntos de referencia, todo es mucho más complicado. Después de correr durante unas cuatro horas, subí a una duna y seguía sin ver nada", dijo. "Fue entonces cuando me di cuenta de que tenía un gran problema".
En el campamento base del Maratón des Sables, cuando pasó el tiempo límite, se organizó un grupo de búsqueda para encontrar a Mauro, pero los rescatadores no sabían que se había desviado tanto del recorrido de la carrera. Incluso un helicóptero pasó dos veces por encima de su cabeza. Lanzó su única bengala e incluso prendió fuego a su mochila con la esperanza de llamar su atención, pero fue inútil. "Cuando el avión se alejó de mí, me dije: 'Ahí va mi vida'".
Cuando se le acabó el agua, Mauro tuvo que recurrir a beber su propia orina. Al cuarto día, encontró un morabito, una especie de ermita edificada en medio del desierto, pero estaba vacío. En la azotea colocó una bandera italiana para poder ser visto y este pequeño templo le sirvió de refugio del intenso calor que hacía (la temperatura rozaba los 45 grados). "Allí comí un poco de mis raciones de comida deshidratada que cociné con orina fresca y no con la embotellada que estaba ahorrando para beber. Empecé a beberla al cuarto día". Pero el hambre acechaba.
"Mientras estuve allí arriba, con la esperanza de que alguien que me estuviese buscando pudiera verme, vi algunos murciélagos, apiñados en la torre. Me decidí a beber su sangre. Entonces agarré un puñado de murciélagos, les corté la cabeza y aplasté su interior con un cuchillo. Luego chupé. Me comí al menos 20 de ellos, crudos. Sólo les hice lo que ellos le hacen a sus presas".
Tras días de sufrimiento, las fuerzas y la esperanza de Mauro por salir vivo de allí se iban debilitanto. Fue entonces cuando decidió escribir una nota de despedida a su mujer en la pared de aquel terrible lugar que podría convertirse en su propia tumba en las próximas horas. El italiano cogió su cuchillo y se hizo un corte en la muñeca derecha, se había intentado quitar la vida. Pero no la historia no termina aquí.
Despertó y vió que seguía vivo, se despertó con una nueva determinación. "Me di cuenta entonces que ya no podía confiar en que los responsables de la carrera me salvaran, por eso decidí que debía enfrentarme al desierto yo mismo". De hecho, la búsqueda por parte de las autoridades marroquíes y la organización de la Maratón des Sables se suspende al cabo de cuatro días creyendo que había muerto deshidratado.
Así que Mauro se puso en marcha una vez más para encontrar vida en aquel desierto y tuvo que apañarselas para mantenerse hidratado y alimentado. El rocío de las rocas, ratones y serpientes que encontraba por el camino le sirvieron como alimento que cocinaba con la orina. Cuando caía la noche, se enterraba en la arena para mantenerse caliente. Sin embargo, erróneamente fue dirigiéndose hacia el este en lugar del nordeste. Al octavo día, encontró un pequeño oasis con un charco de agua fresca, y aunque estaba muerto de sed, tuvo que beber a sorbos porque su estómago no lo toleraba.
Por fin, después de casi 10 días en el desierto, Mauro se encontró con una joven que estaba pastoreando a unas cabras. Tambaleándose llegó hasta ella. La niña formaba parte de los nómadas Taureg y lo ayudó a llegar hasta el campamento en el que vivía donde lo acogieron y le dieron leche de cabra y té de menta. Cuando vieron que había ganado fuerzas, lo cargaron en un camello y lo llevaron hasta un puesto de la policía.
Después de desviarse casi 300 kilómetros por el desierto, Mauro ya no estaba en Marruecos, sino en Argelia. Tras ser tratado de espía por la policía argelina por error, fue trasladado a un hospital donde le trataron la grave deshidratación, las quemaduras de sol y los problemas de hígado. Y es que durante aquellos días había perdido un 20% de su masa corporal y tenía 16 kilos menos en su cuerpo. Pero poco a poco se fue recuperando de aquel martirio y regresó a su país. Pero aún le quedaba por sufrir, porque llegaron a dudar de su hazaña tanto en Italia como la organización de la carrera, por lo que se vió obligado a demostrarlo a través de un documental que grabó en 1995.
Su gesta es aún más grande. Seguramente la mayoría de las personas no volvería a pisar el desierto después de haber sobrevivido a una experiencia así, pero Mauro creía que tenía una deuda aún pendiente. El italiano se sintió obligado a terminar la carrera cuatro años después, e incluso volvió a correr el Maratón des Sables en ocho ocasiones más. "La gente me pregunta por qué volví. Yo digo que cuando empiezo algo quiero terminarlo. La otra razón es que ya no pude vivir sin el desierto. La fiebre del desierto sí existe, y es una enfermedad que definitivamente contraje".