Brilló en los Juegos Olímpicos de Pekín como un rayo, y deslumbró al mundo entero. Corría como un hombre que no conocía el peligro. Feliz y desenfrenadamente, rebosando autoconfianza. Seguramente todos pensarían que hablo de Usain Bolt, ¿no es así? Error. Quienes conocen el arte del running saben de sobra que la verdadera sensación de los Juegos fue Sammy Wanjiru, un corredor de maratones que compitió sin miedo, un joven de 21 años que amaba correr deprisa. Y vivir deprisa. Pero que, por desgracia, también murió demasiado pronto.

Durante los dos años posteriores a la espectacular carrera de agosto de 2008, Wanjiru fue toda una superestrella, pero sus grandes logros en vida quedan eclipsados por la tragedia a medio explicar de su muerte. Siempre que surge su nombre, lo hace acompañado de ese final sombrío. Nunca olvidaremos que su gran resultado el último día de los Juegos Olímpicos de verano de 2008 rozaba el milagro. Su excelente rendimiento echó por tierra la sabiduría convencional del atletismo. De un instante a otro, Wanjiru se convirtió en “el mejor y más impresionante corredor de maratones del mundo”. Merece la pena recordar por qué.

Aquel era un día asfixiante de calor: los termómetros superaban los 30 ºC en las últimas etapas de la carrera. Además, había amanecido con humedad. Las autoridades chinas trataron de suavizar la contaminación del aire cerrando fábricas y restringiendo el tráfico, pero la capital continuaba ahogada por la bruma contaminante. El estadio apenas era visible a veces, y los visitantes se quejaban de picor de ojos y tos seca. En cuanto a las partículas, la situación era dos veces peor que en Atenas en el año 2004, donde ya había sido muy mala.

sammy wanjiru lidera el grupo de maratonianos por la plaza de tiananmen durante la maratón de los juegos olímpicos de pekín 2008
Brilló en los//Getty Images

Haile Gebrselassie, récord mundial, se retiró de la maratón en marzo, alegando preocupación por su salud. Para otros, sin embargo, el premio hacía que mereciera la pena arriesgarse. 98 hombres tomaron la salida en la plaza de Tiananmén a las 7:30 horas de la mañana. Una docena eran teóricamente capaces de ganar la carrera. El compañero keniano de Wanjiru, Martin Lel, encabezaba la lista de favoritos. Tan solo cinco meses antes había ganado por tercera vez la maratón de Londres, y estuvo a un minuto de batir el récord mundial. A sus espaldas tenía ya también dos victorias en la maratón de Nueva York. El etíope Deriba Merga y el marroquí Jaouad Gharib, campeón del mundo de 2003 a 2005, también estaban entre los posibles campeones. Y con ellos Luke Kibet, corredor nacido en Kenia y que era el entonces campeón del mundo.

Algunas voces expertas sugerían que no había que perder de vista a Wanjiru, segundo en Londres. Tampoco se podía descartar a Yared Asmerom, Johnson cancela la GST hasta saldar sus deudas Tsegaye Kebedem, etíope campeón de la maratón de París. En resumidas cuentas, aquella era una carrera abierta, en la que cualquiera podía alzarse con el título. A las 7:32 horas, tan solo dos minutos después del pistoletazo de salida, ya se percibía algo extraño en el ambiente.

El Mitin de Silesia de los casi récords mundiales Dan Robinson, de Gran Bretaña, se reprimieron intencionadamente, seguros de que aquello costaría caro tanto a Wanjiru como a quien lo acompañara. Pero Wanjiru quería hacer sufrir a los que abrían la carrera temiendo que, si él no lo hacía, serían ellos los que luego lo echarían a patadas de los primeros puestos. Solo le preocupaba eso. Por lo demás, no le acechaba ningún temor.

Hizo 5 kilómetros en 14:52, un tiempo muy optimista cuando las condiciones son buenas, pero aparentemente suicida en una situación así de dura. Para quienes entendían lo que estaban viendo, aquello parecía una de esas jugadas atroces que (si salen bien) te convierten en leyenda.

Los orígenes de Wanjiru en Kenia y Japón

Durante muchísimo tiempo, había sido más que evidente que Wanjiru era uno de esos deportistas en los que había que fijarse. Su elección de ese momento en concreto para reescribir las reglas de los maratones resultó inesperada, pero aquel joven llevaba mucho tiempo avisándonos de que nos regalaría algo inolvidable. Nació el 10 de noviembre de 1986 en una choza de barro en Githunguri, un pueblo de montaña próximo a Nyahururu, en Kenia. Su madre, Hannah, estaba casi siempre fuera trabajando, por lo que Sammy y su hermano fueron prácticamente criados por sus abuelos. Nunca conoció a su padre. El colegio acabó para él a los 12 años, y doce meses después tuvo su primer par de zapatillas. Pero mucho antes de eso él ya había elegido su camino.

Sammy Wanjiru empezó a correr a los 8 años y a los 16 se ganó una beca para entrenar en Japón

Sammy Wanjiru comenzó a correr a los 8 años y enseguida se volvió un habitual de las pistas del estadio municipal de Nyahururu. Su talento precoz llamó la atención, y pronto descubrió que el atletismo le ofrecía una vía de escape para huir de toda una vida de pobreza. A los 16, gracias a una carrera con la selección, consiguió una beca para estudiar en la escuela Sendai Ikue, en Japón, donde pasó gran parte de cada año a partir de 2003. Se graduó en marzo del año 2005 y empezó a correr para el equipo Mejores sustitutos del azúcar, con Koichi Morishita, plata en la maratón olímpica de 1992, como entrenador. Su progreso no se hizo esperar. Ese mismo año, con 18, ganó una serie de carreras en Japón, fue récord mundial en los 10.000 metros en Bruselas dentro de la categoría júnior y consiguió romper en Róterdam el récord mundial en media maratón.

Sin embargo, su esplendor fue irregular, y durante casi un año apenas cosechó ningún éxito destacable. No parecía adaptarse a Japón, y anhelaba la compañía de Terezah Njeri, una joven de Nyahururu con la que contrajo matrimonio en 2005. También buscó consuelo en el alcohol. Después, tras seis meses brillantes a principios de 2007, volvió a romper el récord de la media maratón. En octubre empezó los campeonatos mundiales de carreras en carretera como favorito, pero terminó en el puesto 52º.

Los observadores no estaban seguros de qué esperar de él. En diciembre de 2007 corrió y ganó su primera maratón, en Fukuoka (Japón), con un espectacular tiempo de 2:06:39 h. Cuatro meses después, terminó segundo en Londres con 2:05:24, mejorando 75 segundos su mejor marca.

Sammy Wanjiru, un hombre sin paciencia

Sin duda, era todo un campeón en ciernes, pero Sammy Wanjiru no tenía nada de paciencia. Cuando quería algo, lo quería de inmediato, y en agosto de 2008 lo único que quería era el oro olímpico. Ningún keniano se había hecho nunca con una maratón olímpica, un gran fracaso, dado el extraordinario dominio de la distancia que tiene el país. Si Wanjiru lograba romper la maldición, la gloria sería inmensa. De hecho, su ambición era aún mayor. Pensaba que él, Lel y Kibet podrían lograr un 1-2-3. Con ello en mente, compartió su plan con sus dos compañeros antes de empezar, pero para Lel y Kibet aquella mañana sería muy dolorosa.

Para Términos de uso los primeros 10 kilómetros fueron muy rápidos: se los ventiló en 29:26 min, con Lel marcando el ritmo de los contrincantes. A partir de ahí, el español Chema Martínez lideró la carrera, con Merga, Lel y Asmeron pegados a sus talones, pero era Wanjiru quien tenía el control, y no tardó en presionar de nuevo. Más tarde, él mismo explicó: "En cuanto me daba cuenta de que otro atleta iba bien a mi paso, apretaba rápido para dejarlo atrás".

sammy wanjiru lidera el grupo de maratonianos de los juegos olímpicos de pekín 2008
Julian Finney//Getty Images

El pelotón que iba a la cabeza se redujo a ocho: Martínez, Merga, Lel, Asmeron, Wanjiru, Gharib, Kibet y Kifle. Si seguían así, terminarían por debajo de 2:07 h. Sin embargo, aquel ‘si...’ se antojaba enorme. Un año antes, Kibet había ganado el campeonato mundial en Osaka en 2:15:59 h. en unas condiciones vagamente comparables (un ambiente también húmedo, menos contaminado y con unos pocos grados más). Así es como se suponía que se debían ganar las maratones cuando las condiciones eran extremas. No es de extrañar que los comentaristas describieran la estrategia como ‘suicida’ y ‘loca’.

Mientras, Wanjiru parecía relajado, al igual que Gharib, que iba pegado a él. Kibet, el tercer keniano del grupo, empezaba a sufrir en la séptima posición. La marcha se aminoró ligeramente al llegar a los 15 km, por lo que Wanjiru volvió a apretar el pistón entre los 15 y los 20 km. Esos 5 km fueron su tramo más veloz (14:33 minutos).

Superó los 20 km en 59:10 Para entonces, los ocho que iban al frente se habían reducido a cinco: Merga, Kifle, Lel, Gharib y Wanjiru. Merga y Kifle se encargaban de marcar el ritmo, y Wanjiru corría feliz en su estela. Kibet, en sexto lugar, iba 14 segundos por detrás, con el siguiente grupo a otros 9 segundos de él. Pero el cronómetro contó solo parte de la historia. Lo más importante se pudo ver reflejado en las caras de los atletas más aventajados y en la sonrisa optimista que de vez en cuando se dibujaba en el rostro de Wanjiru.

Tras 50 años sin que ningún keniano ganase una maratón olímpica, Wanjiru se propuso ser el primero

Los cinco primeros hicieron la mitad en 1:02:34 h. Los siguientes tres hombres (Kebede, Asmeron y Kibet) iban 14 o 15 segundos por detrás, y la distancia se hizo más y más grande. A los 25 km, entre ellos había 45 segundos de diferencia. Kebede, que lideraba el grupo perseguidor, comenzó a apagarse. Mientras tanto, incluso los primeros parecían no poder más.

Merga y Wanjiru continuaron forzando el ritmo, mientras el primero protagonizaba repetidamente subidas de intensidad. Wanjiru parecía poder con todo y Gharib daba la sensación de quedarse atrás, pero una y otra vez se esforzaba para no perder su puesto. Por el contrario, para cuando alcanzaron los 30 km, tanto Lel como Kifle perdieron fuerzas. Merga y Wanjiru lograron los 30 km juntos en 1:29:14 h. Gharib estaba 4 segundos por detrás. Los demás parecían haber dejado pasar su oportunidad. Alrededor de los 31 km, Wanjiru miró a su alrededor y se cercioró de que no había ninguna amenaza más allá de los tres primeros. Una enorme sonrisa iluminó su cara: era su momento.

30 grados y el cielo contaminado de Pekín

Eran las 9 de la mañana y la temperatura rozaba los 30º C. Los tres hombres se mantenían a un ritmo implacable. Entonces, en el kilómetro 38, Sammy Wanjiru perdió su botella. Aquel era el tipo de error minúsculo que, sin embargo, podía suponer una diferencia devastadora en tan extremas circunstancias. Wanjiru debió de sentir también entonces una incertidumbre capaz de hacerlo tambalear.

Pero Merga, que había visto lo sucedido, no intentó sacar partido de la desdicha de su rival. En lugar de ello, le lanzó su propia botella. Wanjiru dio unos sorbos agradecido, le devolvió la botella y le hizo un gesto para darle las gracias. Entonces Merga murmuró algo: se cree que era que ya no podía más, y que se encargara él de seguir. Y aquello fue precisamente lo que Wanjiru hizo.

A los 40 km (conseguidos en 1:59:54), mantenía el liderazgo por 18 segundos. Gharib parecía convencido de que todavía tenía algo por lo que luchar. Por su parte, Merga iba reduciendo velocidad. Muy por detrás iban Lel, que daba todo por aguantar; Kifle, más rezagado, y Kebede, quien había superado a ambos y trataba de cerrar la brecha de 40 segundos entre el tercero y el cuarto. Wanjiru, a diferencia de todos los demás atletas que habían encabezado la prueba, solo había reducido ligeramente la velocidad en la segunda mitad de la carrera.

De media, nueve de los diez atletas que acabaron con mejor marca corrieron con un split positivo en +4:03. Wanjiru corrió en positivo con un split de solo +1:24. Cuando finalmente cruzó el acceso al estadio, esbozó una sonrisa de oreja a oreja y saludó a un lado y a otro. Entonces, en algún punto del circuito, en el kilómetro más alejado de la línea de salida, empezó a esprintar, sin que pareciera haber razón alguna, tan solo porque quería y aún podía.

Con 41 agotadores kilómetros en la suela de sus zapatillas, sus movimientos seguían siendo tan rápidos y fluidos como si de una cascada se tratara. Gharib entró al estadio más de 40 segundos después. Para entonces, Wanjiru volaba a la línea de meta. Tocó la cinta en 2:06:32 h, lo que significó romper la marca olímpica por casi 3 minutos. Una alegría pura, auténtica y juvenil hizo brillar su cara al pararse y respirar hondo. Después hizo la señal de la cruz y se arrodilló para agradecer su victoria.

Al entrar en el estadio, Sammy Wanjiru comprendió que todo el sufrimiento había valido la pena

Mientras lo hacía, Gharib llegaba a la meta con un tiempo de 2:07:16 h. Para cuando Kebede se reencontró con ellos, 3:30 min por detrás del ganador, Wanjiru ya se había recuperado del esfuerzo. Merga dijo adiós al bronce por 21 segundos. Lel acabó en quinto lugar y Kibet no pudo terminar. Wanjiru fue un campeón muy querido. Su triunfo supuso algo ingente para sus compatriotas. Por fin habían llegado a su fin aquellos 50 años repletos de dolor (desde que Kanuti Sum intentó por primera vez ganar una maratón olímpica en 1956).

Wanjiru confesó a un periodista: "Puede que el oro lo haya ganado yo, pero el honor y la gloria van a todo el país en su conjunto". Aquella fue una hazaña única realizada por un atleta extraordinario. Su marca estaba a tan solo un par de minutos del récord mundial de Gebrselassie, en condiciones que no podrían haber sido menos favorables para correr una maratón a semejante velocidad.

Aquello hizo que se convirtiera en una de las mayores proezas en esa distancia que jamás se habían visto en el mundo. Y para Wanjiru, por supuesto, aquello significaba algo más. El chico descalzo que se había criado en una choza de barro en Githunguri no volvería jamás a ser pobre. Y aquel no fue el final. Nunca lo es cuando se está ante un oro olímpico. En el caso de Wanjiru, sin embargo, hubo dos después. Uno, la historia que todos habrían deseado.

sammy wanjiru cruza la meta del maratón de los juegos olímpicos de pekín 2008 en el estadio el nido
Jamie Squire//Getty Images

La de ese impresionante atleta que había traspasado todos los límites de lo posible en Pekín. Ganó las maratones de Londres y Chicago en el año 2009 (estableció el récord en ambos) y se hizo con el primer premio de los en 2008 y, valorado en 500.000 dólares.

Ocho millones de dólares que le perdieron

Pero su otro 'después' fue más triste. Entre los años 2005 y 2011 Wanjiru ganó aproximadamente 8 millones de dólares corriendo. Gastó casi todo en Kenia, con la misma despreocupación con la que corría. Al principio dio una importante cantidad a su madre y donó también buena parte al hogar de niños en que ella trabajaba. Mandó construir para ella una casa en Nyahururu, e hizo otra al lado para él y su esposa. Mostró su apoyo a otros centros infantiles, colaboró con organizaciones benéficas como WaterAid y dio dinero para que muchos niños pudieran estudiar.

Pero también malgastó su dinero en el alcohol y mujeres, y echó a perder todo lo demás. Su generosidad atrajo a todo un séquito de sanguijuelas. Fueron apareciendo distintos hombres que decían ser su padre. Su adicción al alcohol no hizo salvo crecer más y más. Su estado físico se fue deteriorando, aunque siguió siendo capaz de, ocasionalmente, regalar al público alguno de esos logros capaces de quitarle la respiración a cualquiera.

Para algunos, la maratón de Chicago, aunque no fue en la que con más velocidad corrió, sí pareció ser en la que con más ahínco participó. Jamás se había visto un kilómetro final tan agonizante como aquel en el que Wanjiru se negó a aceptar que Kebede lo había vencido. Fue su último triunfo. De vuelta en Kenia, su vida fue un torbellino. Sus excesos desgastaron su matrimonio hasta el punto de romperlo.

En diciembre del año 2010, Wanjiru fue acusado de amenazar a su esposa con un rifle AK-47. Terezah más tarde retiró la denuncia, pero él siguió acusado de tenencia ilícita de armas. Casi paralelamente, tuvo la suerte de salir ileso de un accidente de coche en enero de 2011.

El misterio rodea la última noche de su vida, aquel 15 de mayo de 2011. Parece ser que, después de una intensa velada abusando del alcohol, Wanjiru volvió a casa con una mujer y se metieron en la cama. Su esposa, al volver a casa y descubrirlo, tras una acalorada discusión, lo encerró en la habitación. Wanjiru intentó escapar por el balcón, pero resbaló y tuvo una caída fatal.

Aunque su muerte sigue rodeada de incógnitas, lo más destacable de la vida de Wanjiru queda fuera de toda disputa. Fue un atleta con un potencial espectacular que despilfarró talento, amor, salud y, dinero. Pero lo que nadie le quitará nunca es que nos dejó lo que puede ser la mejor maratón olímpica de todas las que conocemos.